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Llevamos años debatiendo en universidades, barras de bar y platós de televisión sobre los límites del humor. Sobre lo que nos hace gracia o no ... hoy en día y en cómo ha cambiado nuestra percepción ante determinadas bromas. El concepto ha acaparado titulares, ha sido asociado a la cultura de la cancelación e incluso ha acabado en el juzgado por denuncias ante determinados chistes.
Cuando se habla de este tema el foco se suele colocar en los cómicos, sobre todo si algún personaje o colectivo se siente aludido y no le divierte la ocurrencia en cuestión. Al último que vimos ante un juez fue a Héctor de Miguel, Quequé, al que le tocó defenderse de una demanda de Abogados Cristianos por un comentario sobre el Valle de los Caídos. David Suárez también tuvo que rendir cuentas ante un tribunal. Otros no han llegado a ese trámite pero se han enfrentado -por chistes con más o menos agudos- a fuertes críticas en redes sociales y en medios de comunicación.
Se habla mucho de los cómicos profesionales. Pero no tanto de los advenedizos, los que sin ser esa su profesión intentan hacer reír a toda costa, posiblemente para disimular otras cuestiones, como la falta de un discurso elaborado o una incapacidad en la gestión. Sucede con políticos que se agarran a ocurrencias que saben lograrán eco mediático y que les propiciará una atención que de otro modo no conseguirían. La salida, el chiste, el gag parecen fruto de la improvisación, pero no, tienen detrás una estrategia perfectamente ideada y diseñada.
Isabel Díaz Ayuso es experta en esa técnica, que esta semana volvió a poner en práctica. Ya mostró sus dotes con el deleznable «que te vote Txapote» que se convirtió incluso en lema de campaña electoral. No le importó a la presidenta de Madrid que víctimas del terrorismo le pidiesen que no usase de un modo banal algo asociado a un drama tan horrible. Siguió adelante. Ahora vuelve a encontrar en otra tragedia un mote presumiblente ingenioso para el presidente del Gobierno, o que al menos sabe que una parte de la ciudadanía le aplaudirá. Ha llamado a Sánchez el galgo de Paiporta, por la forma en que salió de esa localidad en la única visita que ha hecho a municipios afectados por la dana y en los que fue recibido de una forma violenta. Igual que otras autoridades que iban con él, sí, lo sé. ¿Se fue corriendo como un galgo? No, pero qué más da. ¿Es cómico usar ese incidente o cualquiera asociado a la riada de una forma tan trivial? A mí no me lo parece, pero mis límites del humor y los de Díaz Ayuso claramente no coinciden.
Ya hay otros que le bailan el agua e incluso la toman de modelo. En Les Corts ayer el diputado del PP José Ramón González de Zárate seguía con las comparaciones caninas y a Diana Morant le llamaba caniche de Gandia y a Pilar Bernabé, ratonera de Valencia. Y hubo quien se carcajeó. No estaba en ningún teatro pero las cortes parlamentarias a veces lo parecen.
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