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Lola Soriano Pons
Valencia
Domingo, 6 de abril 2025, 00:06
En un recorrido pausado, sin prisas, por las barriadas del Cabanyal-Canyamelar no sólo se escucha el sonido evocador de las golondrinas o el de la motosierra de las brigadas de mantenimiento municipales que están procediendo a podar los árboles de la calle de la Reina, por donde en unas semanas lucirán las procesiones de la Semana Santa Marinera de Valencia, que este año celebra el centenario de su Junta Mayor.
Los picos y la retirada de material con palas que realizan los albañiles en muchos puntos a la vez de estos barrios marineros demuestran que algo se está moviendo.
En muchas calles se pueden encontrar contenedores de obra o máquinas elevadoras con las que se están realizando trabajos de altura y de restauración de fincas y, sobre todo, de muchas plantas bajas, de casas típicas del Cabanyal.
Es innegable que el proceso de cambio en el barrio lleva tiempo en marcha y que ahora ha cogido fuerza. Hablar del Cabanyal-Canyamelar en estos momentos es hacer referencia a los dos barrios que se han convertido en una golosina.
Se trata de la zona que se ha puesto de moda y donde todo el mundo pregunta si alguien conoce a alguien que venda su casita de estilo mediterránea para poder reformarla, algo que años atrás se registró en otras zonas de la ciudad, como en Ruzafa, donde todos querían residir.
El tiempo de abandono del barrio, y una vez más que descartada la idea de ampliar Blasco Ibáñez hacia el mar, está dando paso a una nueva realidad, con constantes sonidos de picos, palas y trabajos de rehabilitación. Eso sí, como está pasando en otros muchos barrios de la ciudad, hay reformas que han dado paso a apartamentos turísticos, que como explican desde la asociación de vecinos del Cabanyal-Canyamelar «lo que se traduce es en una subida de precios de los alquileres y las ventas y en la dificultad para encontrar casa e incluso se llega a la situación de vecinos de toda la vida que no pueden pagar los nuevos precios de alquileres y se ven obligados a irse del barrio, algo que no se puede consentir», indica Daniel Adell, presidente vecinal.
También es cierto que hay más de un centenar de casas o pisos okupados de forma ilegal en estos barrios, y que en muchos casos se trata de okupaciones en propiedades públicas de diversas administraciones. No es que la okupación se haya producido ayer o incluso hoy, sino que llevan décadas enquistadas y los vecinos reivindican que en «lugar de decir que quieren que los tenedores de propiedades pongan alarmas para evitar okupaciones o para sacarlos de inmediato, la mejor alarma es que lleguen vecinos nuevos, que pongan esas propiedades en alquiler asequible para la clase media pueda seguir residiendo en el barrio», añade.
Precisamente uno de los puntos donde la okupación es más evidente es en Bloque Portuarios, los edificios situados a dos calles de distancia del paseo marítimo y de la playa, en la plaza de los Hombres del Mar y Astilleros.
Desde hace años se ha hablado de derribar los actuales edificios de Bloque Portuarios, donde hay un alto nivel de okupación ilegal, con ascensores que no van y que sirven de cuarto trastero de la basura o decenas de casas enganchadas de forma ilegal a la luz y, si bien el anterior gobierno local al final del mandato empezó a mover el proyecto de creación de dos nuevos edificios, ha sido en el gobierno actual de Catalá cuando se ha concluido el proyecto básico para construir dos bloques con 51 viviendas de uno y dos dormitorios (con 65 y 85 metros cuadrados) y 51 plazas de aparcamiento y la misma cantidad de trasteros y aparcamiento de bicicletas.
Eso sí, se trata de un proyecto que desde que se dijo que se haría se está eternizando en el tiempo y los vecinos que comparten pared con pared con los okupas tienen ganas de que la situación cambie de verdad.
El proyecto básico para definir los dos edificios y la zona ajardinada que se hará en la calle Astilleros, con Eugenia Viñes y Vicente Guillot (Tío Bola) ya se entregó y ahora mismo se está redactando el proyecto de ejecución de las obras y se tendrá que dar licencia para iniciar primero las obras de los dos nuevos edificios, para después derribar los actuales polémicos bloques, pero los residentes temen que sufra retrasos.
En principio, desde el Ayuntamiento de Valencia en junio de 2024 ya dijeron que los edificios serán una realidad en 2027 y que se invertirán 10,5 millones, pero no va todo lo rápido que desearían los residentes. Además, temen que en los actuales degradados Bloque Portuarios cueste vaciar los pisos de okupas y acaben entrando otros nuevos, algo que dilataría en el tiempo los derribos, porque ahora mismo es un avispero.
Otro tema donde, con tiempo, se verá la luz al final del túnel, es la culminación de cuatro edificios municipales que llevan en danza desde 2022 y 2023. Aunque la mayoría tenía un plazo de ejecución de entre nueve y diez meses, la realidad es que los obreros siguen trabajando, a paso muy lento, y en varios casos se han hecho varias modificaciones.
Desde el gobierno de Catalá recuerdan que el anterior gobierno fue tan lento en estos trabajos que dejaron perder 10 de los 30 millones de ayudas de fondos europeos que ahora están poniendo a pulmón desde el Ayuntamiento, y anuncian que en el segundo semestre de este año se terminarán las obras del centro cívico; el centro de día de mayores; la escoleta infantil y el taller de empleo.
Otro tema pendiente es la creación de los cuatro aparcamientos en altura que los arquitectos redactores grafiaron en el Plan Especial del Cabanyal. Desde el Ayuntamiento tienen uno de ellos en estudio, pero todavía no se ha concretado cuándo se hará, mientras aparcar en el barrio es misión imposible. El plan previó uno de estos aparcamientos en altura en Arquitecto Alfaro con Mariano Cuber, pero en parte de este solar se están haciendo un edificio con ocho apartamentos turísticos, ya que aunque en Plan del Cabanyal grafió este espacio para aparcamiento, la realidad es que el solar no era público.
Otro segundo terreno donde se habló de hacer aparcamiento en altura es en Felipe de Gauna con Juan Mercader, a espaldas de la estación del tren del Cabanyal, y en este punto es más probable que el proyecto salga adelante.
Un tercer espacio grafiado para aparcamiento en altura está en la calle Vicente Brull, en un espacio que ahora es el aparcamiento de un supermercado y un cuarto está en un solar de la calle Remonta con la avenida de Los Naranjos.
Mientras todos estos proyectos públicos van a ritmos pausados, en el Cabanyal-Canyamelar la rehabilitación de casas por parte de particulares sí avanza a otra velocidad.
Son ya muchas las casas que llevaban décadas cerradas, que sí han ganado nuevos vecinos y que ahora se muestran encantados de vivir en una barriada que tiene sabor a pueblo y que está a un paso de la playa.
En una visita por algunas de estas casas es fácil comprobar cómo corre la brisa por los patios al exterior que han convertido en su paraíso, con zona de relax y vegetación local.
Algunos de los nuevos vecinos se han mudado de barrios próximos como Ayora, el Grao y plaza de Honduras. Otros han recalado en el barrio marinero desde distintos puntos de Francia, Inglaterra o EE. UU., pero han declinado fotografiarse por el temor al posible rechazo de los que puedan no reconocerles como unos vecinos más.
Uno de estos nuevos vecinos recuerda que ha vivido en Praga y EE. UU., pero que se ha enamorado del buen clima de Valencia, de la gastronomía, el vino, la música y la alegría de la gente y no ha dudado en comprar una de las casas que llevaba décadas cerrada para habitarla e integrarse como uno más.
Emilio Martínez Vecino que vuelve
Emilio vivió desde finales de la década de los 80 y hasta 2015 en el Cabanyal, en la calle José Benlliure. «Estuve en el barrio hasta 2015 y me tuve que ir por la degradación de esta zona. Me marché hacia la plaza de Honduras». A pesar de que se mudó, afirma que conservó la propiedad y, precisamente ahora, la está restaurando para poder regresar a sus orígenes. «Ahora el barrio está más habitable y se puede vivir más tranquilo», describe. La idea es poder trasladarse a su casa del Cabanyal, en planta baja y con patio interior, en el mes de junio. «Quiero volver por el sabor al pueblo que tiene el Cabanyal, por la proximidad del mar y por el ambiente especial que se vive aquí».
Montse Vicent Vecina y arquitecta
El caso de Montse es muy emotivo. Como arquitecta hizo el proyecto de fin de carrera sobre el Cabanyal. «Vino la asociación de vecinos a la escuela y a partir de ahí me interesé por el barrio». Luego a través de Emilio, que es ahora vecino, «me avisó de que se vendía una casa que llegó a estar ocupada y que antes fue una residencia de personas mayores. La compré en 2014 a un precio razonable». En 2016 decidió hacer la reforma integral «y conservamos los elementos antiguos como las vigas o la puerta de mobila». Eso sí tardó cinco años en que le dieran la licencia. Ahora lleva un año y medio viviendo en una casa que ha convertido en un oasis familiar. «Me encanta el silencio de la zona, el sabor a pueblo, la luz y la proximidad al mar». Se ha integrado tanto, que está en el club de remo de La Marina y sus hijos están en las escuelas de surf. Su próximo reto es apuntarse a batucada o a un instrumento en Poblados Marítimos. Montse reconoce que hay amigos que «quieren venir a vivir al barrio pero los precios de las casas y de las obras han subido mucho».
Charles Mercier Futuro residente
Charles vivió un tiempo en Valencia, en el centro, pero tras el Covid «nos fuimos a vivir al campo, en Francia». Ahora se ha comprado una casa típica del Cabanyal que está reformando y hasta él realiza tareas de retirar escombros, montar la cocina y pintar. Él es francés, pero su mujer es española. Detalla que «en la época de estudiante, ella vivió en un piso compartido en la misma calle donde hemos encontrado la casa». Confiesa que en el pasado tenía inversiones en piso turístico «pero me di cuenta de las consecuencias que suponía en el entorno y lo dejé. Ahora me he comprado una casa para ser un vecino más del Cabanyal». Mientras hace la reforma, su familia vive en Ibi y «vendremos a vivir al Cabanyal porque es un barrio con mucho futuro, con sabor a pueblo, con el mar muy próximo y a quince minutos del centro». Charles está conservando azulejos, suelo hidráulico y puertas para hacer una reforma con sabor.
Rafael Morillo Vecino
Tiempo atrás Rafael vivía al fnal de Blasco Ibáñez, por la calle José María de Haro, «pero siempre nos había gustado el ambiente del Cabanyal y nos compramos un piso en la calle de la Reina, donde estuvimos viviendo siete años». Añade que este piso «era pequeño, de unos 60 metros cuadrados, y cuando ya tuvimos a nuestra primera hija ya pensamos en buscar otra casa más grande». Entonces encontraron la oportunidad de comprar una planta baja en una de las calles que era, durante los años de degradación, la 'zona cero' del barrio y que ahora empieza a reverdecer. «Hicimos una reforma para darle vida de nuevo a la casa y hemos conservado las vigas y los elementos antiguos que le dan sabor. La casa es de 1922 y la reformamos justo cuando cumplía cien años», describe. En esta casa han tenido ya a su segundo hijo y afirma que la familia ha hecho grandes amistades en el barrio. Eso sí, Rafael reconoce que «la iniciativa privada va rápida. Somos muchos los que hemos apostado por el barrio, pero quedan muchos solares y propiedades públicas por arreglar. Con las subastas van a ritmo muy lento. Tenían que sacar al mercado más casas cada vez. Van lentos en el proceso de rehabilitación».
Álvaro García y Lucía Iranzo Artesanos de la carpintería Woodyloop
En el número 36 de la calle de Los Ángeles del Cabanyal tienen su taller de carpintería y trabajos artesanos Álvaro García y Lucía Iranzo. En junio cumplirán ocho años en esta sede donde se encuentran muy agusto. Realizan trabajos personalizados de carteles luminosos, carteles sin luz, muebles a medida, piezas de decoración, señalética... y son muchas las puertas de mobila o ventanas que ha restaurado para los nuevos vecinos que han ido llegando al barrio, en los proyectos de reforma que realizan de las casas típicas del Cabanyal.
También han enviado algunos de sus trabajos a Madrid y más allá de nuestras fronteras, a puntos como Suiza o San Francisco.
Ellos no residen en el barrio, están asentados en el Ensanche, pero «somos familia del restaurante de Casa Montaña y sí veníamos mucho por el barrio y decidimos abrir aquí nuestro negocio».
En la planta baja antiguamente hubo un herrero y un carpintero. «Nos gusta mucho el ambiente del barrio y recuperar en la ciudad oficios artesanos». La cuestión es que el próximo año les vence el contrato de alquiler y tienen que buscar alternativas. «Es una pena, no nos gustaría irnos del barrio», pero añaden que han consultado precios en alguna nave próxima y piden 400.000 euros por la venta, algo inviable. Aprovechan para hacer un llamamiento para poderse quedar en el barrio, porque si no es así, tendrán que irse a un polígono.
Romain Viguier Cafetería 'Semillas'
Romain no sólo es ya un vecino más del Cabanyal, además, ha abierto un comercio en el corazón del barrio, en la plaza de la Cruz del Canyamelar, donde lleva un año y cuatro meses. «Yo soy parisino, pero llevo desde 2005 en el barrio», explica. Los abuelos paternos de su pareja, Carolina Simó, eran nacidos en el Grao, luego vivieron en el Cabanyal. Carolina residió en Paterna y en la zona de la avenida de Catalunya, también pasó un tiempo en Madrid, pero en 2005 decidieron echar raíces en el Cabanyal, donde restauraron una casa típica del barrio, con un patio con corral, y ahora están encantados. «Después de ser vecinos, el siguiente paso era abrir un negocio», explican. El comercio de hostelería lleva el nombre de 'Semillas'. No es un local más, ya que Romain es artesano y crea los panecillos tipo bagels que están ahora muy de moda, galletas cookies y otros dulces de forma artesanal, o, por ejemplo, queso crema y cuentan con un café colombian que tuestan mujeres en España.
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M. Hortelano | Valencia y Patricia Cabezuelo | Valencia
Patricia Cabezuelo | Valencia
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