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Hay al menos dos formas de amar. Una, la de aquellos que se encuentran gracias a la manera coincidente en que ven la vida o ... por sus gustos y retos comunes. Y dos, la de los que sin tener nada que ver con el otro, buscan la forma de aproximarse a él para entenderlo y generar posibles nexos. Diría que esta última es la que nos unió a mi padre y a mí. Y supongo que es algo frecuente en miembros de bastantes familias, que sin parecerse en nada crean vínculos para fortalecer su relación. Padres que se saben canciones de Bad Gyal aunque no tengan nada que ver con lo que ellos escuchan, que compran zumos y alimentos que los 'muppies' puedan tomar aunque sea una tendencia que no acaben de comprender, que escuchan podcast de 'true crime' para que haya temas de conversación en las sobremesas. Hijos que se han sorprendido escuchando los vinilos que durante años les pasaron desapercibidos en casa, que se preguntan lo que pudo haber pasado de no haber seguido adelante aquel embarazo precoz, que se ofrecen a acudir a ver partidas de pilota que nunca antes les han interesado.

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Siempre aprecié el esfuerzo que mi padre hizo para acercarse a mí, para que no nos faltaran asuntos de los que hablar, para tratar de comprender mejor mis motivaciones. Para acortar las enormes distancias que existían, más allá de los afectos mutuos. Las veces que le llamaba por teléfono y me planteaba debates sobre noticias de actualidad que previamente se había repasado o que me citaba películas y series que presuponía que yo conocía. Y no se equivocaba. Seguramente él no había despertado ninguna de esas aficiones ni inquietudes y ni siquiera estoy seguro de si las hubiera escogido para mí, pero las apoyó todas e hizo lo posible para colarse en mi mundo. Y se labró un sitio. Un sitio que sigue vacío desde hace diez años y que nadie podrá ocupar jamás.

Volví a celebrar el día del padre hace cuatro años cuando mi hijo apenas tenía unos meses y yo no sabía mucho de él, más allá de lo que comía y de cuánto lloraba. Desde entonces me he empeñado en conocerle lo mejor que puedo, en tratar de adivinar lo que le entusiasma, en fijarme en lo que le llama la atención y le entretiene. Asumo que todavía está haciéndose a sí mismo, que le queda mucho por descubrir y que irá tomando decisiones según lo que le pida el cuerpo más allá de lo que yo pueda transmitirle.

Siempre aprecié el esfuerzo que mi padre hizo para acercarse a mí, para acortar las enormes distancias

Me he propuesto celebrar cada una de sus elecciones, apoyarle en lo que necesite y salir de mi lógica para entenderlo mejor cuando llegue el caso. Que llegará.

Ahora los días del padre son sencillos, porque todavía soy el mejor padre del mundo. Pero soy consciente de que eso pasará, de que dejaré de ser su referente, de que en algún momento no le caiga bien. Pero me haré un hueco cueste lo que cueste. Como se lo hizo mi padre. Esa es una de las mejores lecciones que me dejó.

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