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Cada mañana, cuando suena el despertador, Israel se toma un café con vistas. Las de su hogar. Este valenciano de 45 años, representante de material médico en una multinacional americana, decidió dar un giro a su modo de vida en plena pandemia, aunque no ejecutó la mudanza hasta 2022. Desde entonces, su día a día transcurre en una coqueta alquería ubicada en el corazón de la huerta de Alboraia. La planta superior, antiguamente un secadero, ha sido convertida en un loft que cautiva a todo el que lo ve merced a su cuidado contraste entre tradición y modernidad. Israel no pertenece al sector de la agricultura y ha residido, por motivos laborales, en lugares tan dispares y cosmopolitas como Nueva Zelanda, Sídney, Londres, Madrid, Barcelona… Pero ha encontrado su sitio. Su actual domicilio en l'Horta Nord, envuelto de naturaleza y paz, ofrece un aliciente fundamental: tener a tiro de piedra todos los servicios de una ciudad como Valencia. Y es que la distancia que le separa de la agitada avenida Alfahuir se reduce a apenas dos kilómetros caminando. Un corto paseo entre el oasis y la capital del Turia. Una alternativa por la que optan cada vez más jóvenes que huyen de la vorágine y las exigencias de las metrópolis.
«Es uno de los últimos reductos de Valencia para vivir cerca de la ciudad y poder disfrutar de un entorno como este», comenta con orgullo Israel. La alquería se encuentra en la partida Calvet y dispone de más de 400 metros cuadrados repartidos en dos plantas. A sólo 200 metros a pie, la Ronda Este de Alboraia. «Sigue habiendo zonas muy buenas para vivir en la ciudad de Valencia, pero una vez entras aquí, ya es muy difícil volver a la ciudad», comenta con una sonrisa de satisfacción.
Habla desde una perspectiva espiritual: «¿Qué es lo que más me gusta? Pues ver el amanecer, ver el sol en consonancia con toda la huerta de aquí hasta la Patacona, ver a los agricultores trabajando, disfrutar de ese café, interaccionar con la gente de aquí… Eso es lo más bonito. Es espectacular. La fotografía es insuperable. Eso no tiene precio».
La casa, de unos 80 años de edad, fue ampliada por su antiguo propietario. La alquería está partida en dos viviendas independientes, por lo que justo al lado reside otra familia. La pandemia removió algo dentro de Israel. «En pleno Covid, yo estaba viviendo en Benicalap, mi barrio. Yo tenía un huerto urbano alquilado en Port Saplaya, donde cultivaba mis patatas, mis fresas, mis lechugas... Entonces, durante el confinamiento, tenía el permiso del Ayuntamiento de Alboraia para poder acceder a partir de las cinco de la tarde a por productos de primera necesidad», recuerda. Y se le encendió la bombilla: «Iba a recoger la verdura que cultivaba y pensé: '¿Qué queda de Valencia donde puedas disfrutar de un espacio verde pero sin alejarte de la ciudad?'. Me di cuenta de que era esto. Este camino hacia la huerta lo hacía en bicicleta todas las tardes».
Emprendió el proceso de búsqueda y localizó la alquería en cuestión «entre mayo y junio». Parecía el destino: «Hablé con el propietario y quería vender. Llegamos a un acuerdo e hicimos un contrato de arras. He hecho una inversión para reformar. Había que mejorar la fontanería, la electricidad... Había que sanearla». Se instaló hace tres años: «Pasó un tiempo hasta que lo decidí por temas laborales y luego la obra duró un año aproximadamente. Mi pareja ayudó con el interiorismo».
Lo tiene claro: «Quiero mantener la tradición de la huerta». Así, ha conservado el suelo original, los azulejos, las vigas… Y hay algo que le enamoró: «De la casa destacaría el pincho del pozo. Pinchas y sacas agua de abajo. Esa estancia antiguamente sería la zona de trabajo y maquinaría, ahora es un garaje. No utilizo el pozo porque en esta casa tenemos agua potable». Cuenta con comodidades añadidas: «Tengo calefacción central por radiador y sólo arriba tenemos aires acondicionados. La parte de abajo es la que mejor mantiene la temperatura tanto en verano como en invierno. Los muros son originales».
Este tipo de construcciones, igual que las barracas y la huerta valenciana, son Bienes de Relevancia Local por la Ley de Patrimonio Cultural Valenciano. De esta forma, aunque no cuenten con su declaración individualizada, están protegidas. Un patrimonio agrícola que implica una serie de condiciones. «Sólo puedes reformar. Nunca podrías hacer obra exterior ni ampliar», cuenta Israel.
Muy cerca de él, en otra alquería, aterrizaron hace dos años un belga y una valenciana. «Están encantados», comenta. Israel afirma que su elección de vida «se está poniendo de moda», pero avisa: «El acceso va a ser difícil, ya que las personas de aquí no quieren vender. Es muy complicado. Otra cosa es que cambien la normativa y empiecen a construir».
Precisamente, el panorama agrícola de la Comunitat invita a la reflexión. 2024 resultó un año especialmente adverso debido a la devastación de la dana, pero también por la sequía, las plagas, los altos costes de producción y la competencia desleal. Así, la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-ASAJA) estima unas pérdidas récord de 1.870 millones de euros que aceleran el abandono de campos y granjas.
En 2024, la Comunitat dejó de cultivar 2.770 hectáreas, alzándose como la región española que sufrió un mayor retroceso. «Ha sido el peor año de la historia reciente para la agricultura valenciana», explican desde AVA-ASAJA. Además, la asociación revela que la Comunitat también lidera el envejecimiento del sector agrario con un porcentaje récord del 49,97% que representan los mayores de 65 años. Los menores de 40 años únicamente suponen el 5,18%. Falta relevo generacional.
Casos como el de Israel van a contracorriente. Este valenciano está en conversaciones con agricultores de Alboraia para hacerse con una parcela «en propiedad o en alquiler» y cultivar verduras y hortalizas: «Conozco a la gente de aquí y no es gente que quiera dejarlo». Ha creado lazos con sus vecinos: «Uno me da naranjas, otro me da sandías o melones…».
Israel niega que forme parte de la resistencia de la huerta: «No. La resistencia son los agricultores. Ellos son los que han peleado por esto. Yo llegué hace tres años. Yo no he hecho nada aquí. Lo único que he hecho es mantener esto de la forma más sostenible posible«.
Admite los inconvenientes que conlleva el campo: «Vivir en la huerta es algo complejo y especial a la vez. Tiene sus pros y sus contras. Como contras, cuando se cultiva, está el olor. Y el sol es más directo porque no tienes nada que te cubra. En cambio, tienes la verdura y la agricultura local muy cerca. Tienes la esencia valenciana». En su caso, además, se encuentra a sólo dos kilómetros caminando de la playa de la Patacona: «Eso es impagable».
Cuando el trabajo se lo permite, Israel se mueve principalmente en bicicleta o moto. «La huerta es para vivirla viviendo. Como experiencia de vida, es muy satisfactoria. Yo pensé que Valencia la tenía quemada, pero he vuelto a mis orígenes. Yo vivía en Benicalap pegado a lo que era huerta, a lo que ahora es nuevo Benicalap. He vivido en otras ciudades de España y Europa y me faltó volver de ellas para saber que Valencia tenía potencial. No nos damos cuenta de lo que tenemos«, comenta.
¿Cómo definiría su actual forma de vida? «Vivir en una ciudad de la forma más tranquila posible y cerca de lo tradicional», responde Israel. Tras su jornada laboral, toma el Camí Fondo y su gesto comienza a cambiar. Respira. Contempla: «Me gusta el silencio. Cuando acabo de trabajar, quiero silencio». Eso sí, ha habido una evolución. José, su vecino de alquería, le dice: «Isra, si tú estás disfrutando de esto, hace 30 o 40 años aquí no se oía nada«.
Israel ha hallado su hábitat: «Una vez estás aquí, es muy difícil sacarte. Puedes pasar frío, puedes tener humedad en invierno, puedes tener demasiado sol o calor en verano, pero estás aquí. Y volver a la ciudad es muy difícil. No tiene ni punto de comparación con un piso. No se puede comparar con nada. Es simplemente distinto».
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